martes, 28 de mayo de 2013

Smiley, el psicópata de chatroulette y Spring Breakers, sexo, violencia y prestigio

Que opina? Smiley, el psicópata de chatroulette - 30/04/2013 0:08:19

" El slasher vivió sus particulares años de gloria a finales de los 70 y principios de los 80 del siglo pasado, consiguiendo una breve segunda edad de oro a finales de los 90 con motivo del tremendo éxito de "Scream" (id, Wes Craven, 1996). Las limitaciones del subgénero y la escasa pericia de las productoras para ofrecer cintas que al menos se desmarcasen un poco de lo meramente rutinario la tentación de no esforzarse y conseguir dinero rápido fue superior a sus fuerzas ha provocado que el slasher esté condenado actualmente a tirar mano de remakes o reboots o a tener una existencia básicamente centrada en sus ventas en dvd y blu-ray y la relativa novedad del sistema de vídeo bajo demanda o VOD, algo que muchas veces se traduce en una llegada tardía a nuestro país o directamente a su invisibilidad en España.
El caso de "Smiley" (id, Michael J. Gallagher, 2012) responde exactamente a eso último que os exponía, ya que se estrenó de forma muy limitada en Estados Unidos el pasado 12 de octubre para luego tener unos meses de exclusividad en VOD antes de ser editada en dvd justo cuatro meses después de su paso por salas comerciales. En nuestro país nada se sabe sobre un posible estreno comercial y la verdad es que no perdemos gran cosa si acaba no llegando nunca a España, ya que "Smiley" es un bodrio descomunal en el que resulta prácticamente imposible encontrar algo que merezca ser salvado de la quema.
Un slasher indeciso
Uno de los aspectos que más pueden llamar la atención de "Smiley" es que cuenta con una premisa moderna que invita a pensar en que vamos a encontrar una película que al menos tendrá algún interés. No sé si estaréis todos familiarizados con chatroulette, un servicio de videoconferencia online basado en que no sabes con quién vas a hablar lo cual muchas veces se traducía en hombres limitándose a enseñar su miembro viril a pantalla que vivió un gran boom hace un par de años, pero eso es lo que se aprovecha para darle a la película un toque de actualidad que luego no va más allá de lo meramente superficial.
Michael J. Gallagher, el joven director y guionista de "Smiley", ha querido aprovechar las múltiples posibilidades de ese sistema para unirlas a un concepto que nos remite directamente a la interesante "Candyman, el dominio de la mente" ("Candyman", Bernard Rose, 1992): Para que el psicópata reaparezca se ha de escribir tres veces "I did it for the lulz" durante una sesión de chat online. Sin embargo, no os dejéis engañar como hice yo, ya que es todo una excusa para incurrir en los errores de los peores slashers de la primera mitad de los años 90, cuando había una indecisión tonal entre seguir la fórmula o decantarse por elementos más propios del thriller psicológico, muy de moda por aquel entonces gracias al merecido éxito de "El silencio de los corderos" ("The Silence of the Lambs", Jonathan Demme, 1991).
Es inevitable que no haya grandes alardes en una cinta que apenas ha costado 270.000 dólares, pero eso no es una excusa válida para otorgar a la película un look visual tan monótono, a camino entre la nulidad de un mal telefilm y las piruetas amateur de alguien que acaba de hacerse con una buena cámara digital de vídeo. La planificación es algo que brilla por su ausencia, dando la sensación de que Gallagher ha puesto la cámara de la primera forma que se le ha pasado por la cabeza. Tampoco destaca la ejecución de los crímenes, uno de los puntos álgidos de este tipo de producciones, pues no hay pasión o ingenio alguno a la hora de mostrarlos, limitándose todo a apariciones sorpresivas y fugaces de Smiley.
Una catástrofe de película
Una de las claves de un buen slasher es contar con un psicópata con gancho que además sirva para diferenciarse del resto de una forma u otra. No tengo problemas en reconocer que el diseño de la máscara de Smiley es bastante sugestivo y que la propia utilización de ese accesorio favorece la posibilidad, ya explorada en muchas ocasiones, de que la saga pueda continuar sin la atadura a un actor concreto. El problema es que Gallagher únicamente se acuerda de querer dotar de cierto interés al asesino en su tramo final, donde se cae de lleno en el exceso de explicaciones para intentar dar la sensación de ser el más listo de la clase cuando lo que consigue es destrozar aún más el dudoso interés de "Smiley".
El otro aspecto que destruye la película es la inutilidad del reparto para dotar de un mínimo de interés y verosimilitud a sus personajes. Ir caso por caso no tendría ningún interés, pero sí que conviene pararse un momento a hablar de Caitlin Gerard, gran protagonista de la función que lo mismo aburre a las vacas teniendo una conversación supuestamente trascendental con uno de sus profesores que grita de terror de forma totalmente artificial es algo que se percibe hasta en la imagen estática que incluyo más abajo o cae en el ridículo más cuando decide destrozar a golpes a su ordenador tras ver algo en pantalla que la atemoriza. De este último punto tiene también mucha culpa el guión, pero ella consigue que parezca aún peor.
"Smiley" es un slasher que no termina de estar seguro de querer serlo, siendo éste sólo uno de la infinidad de problemas de su guión, algo que también se traslada a una puesta en escena que abraza de lleno la mediocridad. Sin embargo, el espantoso trabajo de su reparto es lo que termina por convertir a "Smiley" en una película que sencillamente jamás tendría que haber existido.

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Interesante, Spring Breakers, sexo, violencia y prestigio - 15/03/2013 4:03:41

" Se ha convertido ya en una tradición el hecho de que un importante sector de la crítica especializada encumbre alguna película mucho antes de que se produzca su estreno comercial. El caso más reciente que me viene a la cabeza es el de "Holy Motors" (id., Leos Carax, 2012), pero cada año surge al menos un ejemplo de esta corriente. El resultado suele ser que la película en cuestión consigue una pequeña dosis extra de notoriedad, aunque a cambio es objeto de fuertes ataques como medida de respuesta hacia el exceso de alabanzas. Hay grandes diferencias según el título que nos ocupe, pero el caso de "Spring Breakers" (id., Harmony Korine, 2012), que llega hoy a los cines de toda España, es bastante singular.
El uso del sexo y la violencia por parte del cine siempre ha sido objeto de debate en Hollywood. El primero parece seguir siendo un tabú para toda producción con grandes aspiraciones comerciales, mientras que no hay problemas para mostrar en la gran pantalla toda la violencia que haga falta siempre y cuando se reduzca al mínimo la utilización de la sangre. Bueno, eso y que no produzca ningún escándalo en el que los políticos o miembros de diversas asociaciones puedan escurrir el bulto echándole la culpa a alguna película. Tampoco suele estar muy bien visto por parte de los "entendidos" que un director tan singular como Harmony Korine decida apostar por una producción mucho más mainstream que todo lo que había rodado hasta la fecha, pero "Spring Breakers" ha conseguido superar todas esas limitaciones y convertirse en la cinta que hay que ver si uno quiere estar a la última en el mundo del cine. No obstante, hay varios peros que poner a una cinta hipnótica y mucho más convencional de lo que aparenta.
Todo el que haya prestado un mínimo atención a la existencia de "Spring Breakers" tendrá grabadas a fuego en su cabeza esas imágenes en las que podemos ver a sus cuatro protagonistas en bikini. Una astuta estrategia comercial, ya que entre ellas se encuentran Vanessa Hudgens, antigua estrella juvenil Disney era la protagonista femenina de "High School Musical" (id., Kenny Ortega, 2006) y sus secuelas y centro de varios escándalos por la filtración online de fotos suyas completamente desnuda, y Selena Gomez, cantante y protagonista de la televisiva "Los magos de Waverly Place" (2007-2012), uno de los mayores éxitos televisivos de Disney de los últimos años. La conclusión sencilla era ver en "Spring Breakers" una apuesta de ambas por cambiar radicalmente su imagen de niñas buenas y dar una imagen de madurez con algo más de prestigio que la infame Miley Cyrus, pero esa idea no termina de ajustarse a lo que vemos en pantalla.
Siendo sinceros, sólo hay dos personajes en todo "Spring Breakers" que tienen auténtica entidad individual. El más fascinante de todos es el traficante-gánster-demente interpretado por un casi irreconocible James Franco, quien se deja llevar por todos los excesos habidos y por haber hasta practica una felación a una pistola, pero consiguiendo el milagro de no caer en absurdas sobreactuaciones. Él es el alma de "Spring Breakers" aunque de forma muy diferente a esa misma función que también cumplía en "Oz, un mundo de fantasía" ("Oz: The Great and Powerful", Sam Raimi, 2013) desde que aparece algo que sucede con la película ya bastante avanzada hasta su final, pero está a años luz de ser el auténtico protagonista del relato, ya que las cuatro amigas que deciden tener las mejores vacaciones de primavera de toda su vida son el único eje real de "Spring Breakers".
Korine, también guionista de la película, establece de entrada una clara diferenciación entre el personaje de Selena Gomez y los interpretados por Hudgens, Ashley Benson y Rachel Korine. Faith sólo quiere pasar unos días de diversión alejada de la horrible rutina de donde vive, pero no por ello deja de ser una buena chica que mantiene una estrecha relación con su familia y el mundo de la religión y es que su nombre no es simple casualidad, pero sus tres amigas de la infancia, que son descalificadas sin piedad por la gente con la que ahora se relaciona Faith, son unas cabras locas que no dudan en atracar un establecimiento para conseguir el dinero suficiente para vivir la mayor aventura de su vida. El problema de todo esto es que sólo el personaje de Gomez tiene alguna entidad individual, con el problema añadido de que la pureza que representa pronto se hace aburrida y reiterativa uno de los principales males de "Spring Breakers", pero especialmente molesto en este caso, mientras que sus compañeras de viaje son personajes tan fácilmente intercambiables entre sí que uno llega a olvidarse de quién hizo qué.
Es el trabajo de Harmony Korine tras las cámaras lo que realmente convierte a "Spring Breakers" es un espectáculo muy por encima de los inanes intentos del libreto de ser un relato femenino trascendental. La secuencia de apertura ya nos deja claro que no estamos ante otra película más, lo cual no quiere decir que todo el mundo esté dispuesto a aceptar la valía de una sucesión de jóvenes bailando en la playa, dándose a la bebida y mostrando mucha carne a un ritmo ralentizado que, curiosamente, consigue captar mucho mejor la sensación de fiesta alocada que la sucesión de luces cegadores a toda pastilla en una discoteca. No será el único momento en el que Korine eche mano del ralentí, pero no es el único recurso el acabado visual, más propio de un videoclip mutante que de una película es decisivo para mantener al espectador pegado a su butaca durante una película que se divide en dos mitades: La primera es un todo vale con tal de ser feliz, pero dentro de los límites más o menos aceptados por toda la juventud ,bebe, drógate, baila sin parar y, ya que estás, fóllate a alguien-, pero en la segunda hay espacio para cualquier ilegalidad o ida de olla imaginable con tal de demostrar que uno es el mejor y que está aprovechando su vida al máximo, o como dicen sus protagonistas: "Spring break forever, bitches!".
"Spring Breakers" no reniega en ningún momento de su superficialidad y al mismo tiempo muestra sus ambiciones a través de una puesta en escena quizá demasiado elaborada para una producción de este calibre, un amorfo cruce entre cintas como "Asesinos natos" ("Natural Born Killers", Oliver Stone, 1994), "El precio del poder" ("Scarface", Brian de Palma, 1983) y la perversión del gran sueño americano, en la que el contenido, en el fondo, es intrascendente e inofensivo por muchas muertes, desnudos o imágenes de gente emborrachándose o drogándose que podamos ver en pantalla. Ya somos insensibles a esos recursos sin que haya un mensaje peligroso detrás o alguna exageración dramática, pero aquí sólo encontraremos una apuesta radical por el nihilismo. Eso sí, lo tomas o lo dejas, porque es tan fácil caer rendido a los pies de lo que propone como experimentar una frustrante sensación de vacío que sólo te haga maldecir a la persona que te recomendara su visionado.
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