viernes, 4 de abril de 2014

Ridley Scott: Black Rain, violencia con estilo y Críticas a la carta | A quemarropa, de John Boorman

Interesante, Ridley Scott: Black Rain, violencia con estilo - 28/02/2014 4:00:13

" Como ya sucediera con los dos filmes que le colocaron en una posición que aún hoy nos obstinamos a que siga manteniendo a pesar de lo mucho que su trayectoria habla en contra de tales deseos, lo cómodo que Ridley Scott se había encontrado en los terrenos del thriller a los que se adscribía aunque ya vimos con qué entidad "La sombra del testigo" ("Someone to Watch Over Me", 1987) fue lo que llevó al cineasta británico a aceptar ponerse al frente de este filme de encargo que, con guión ya cerrado había sido rechazado en última instancia por Paul Verhoeven.
"Black Rain" (id, 1989) se convertía así en el sexto título de la filmografía de Scott y, en comparación con su inmediato predecesor, supone una cierta recuperación de formas que, no obstante, siguen sin ser capaces de rescatar ni el nervio narrativo ni el pleno talante estético que sus dos mejores cintas habían ostentado, por más que en la que hoy nos ocupa, gran parte de la acción se desarrolle en una Osaka que no oculta sus tremendas similitudes con esa Los Ángeles futurista que habíamos visto siete años antes en "Blade Runner" (id, 1982).
De puntos débiles…

Comparaciones a parte, resulta curioso que a la hora de elegir sus proyectos, Scott siga inclinándose por producciones en las que los protagonistas quedan enmarcados sin ningún tipo de rubor en los arquetipos más sonrojantes, llámense éstos aquellos que, en el caso del presente filme, atañen a los "buenos", interpretados por Michael Douglas, Andy García y Ken Takakura que ya interviniera en ese filme al que "Black Rain" le debe tanto que es el "Yakuza" de Sidney Pollack, o el que corresponde al villano de la función encarnado por Yutsaku Matsuda, un yakuza histriónico, chulesco y psicópata que entronca muy bien con el perfil de los villanos caricaturescos que casi siempre han poblado los filmes de Scott.
Y cuidado, que con esa descripción no quiero menospreciar lo que las némesis de los protagonistas de las cintas del británico ponen en juego en sus respectivas intervenciones algunas memorables sino más bien volver a señalar que, con los intereses del cineasta fijados en los aspectos puramente estéticos del séptimo arte la importancia que Scott reserva a sus personajes es prácticamente inexistente, descansando el mejor o peor funcionamiento de los mismos en las interpretaciones de los actores y en lo que el guión pueda desarrollar.
Tanto es así que el Nick Conklin que Michael Douglas interpreta en "Black Rain", y cuya situación personal y profesional se dibuja con unos trazos mínimos, se aparta muy poco del prototipo de policía de vuelta de todo que en los años ochenta podíamos ver mucho mejor definido en las pieles de Bruce Willis o Mel Gibson, careciendo el que aquí da vida Douglas de la precisa definición que sí podíamos encontrar en John McClane o Martin Riggs sin que, no obstante, ello redunde de forma negativa en un personaje con el que, gracias al buen hacer del actor, resulta fácil simpatizar.
Lo mismo pasa con García y Takakura, dos personajes de aún más parco desarrollo lo de García es de risa que, sin embargo, son objeto de una mirada más cálida de la que Scott suele arrojar sobre sus protagonistas, algo que no sucede ni con Sato ni con esa mujer escaparate a la que da vida Kate Capshaw, un personaje éste que se podría haber eliminado perfectamente del argumento sin que la cinta hubiera sufrido ni un ápice en su funcionalidad.
…y fortalezas

De todas formas, y sabiendo que al acercarnos a un filme del realizador que es objeto de este especial uno no puede pedir mucha profusión en los personajes, donde "Black Rain" no decepciona es en una configuración visual con la que, no cabe duda y como decíamos más arriba Scott intenta acercar posturas para con "Blade Runner", no siendo difícil apreciar en esos neones, en esas humaredas y en esas calles mojadas por la lluvia y fotografiadas de noche las diversas herencias del filme de ciencia-ficción protagonizado por Harrison Ford.
Además, resulta también estimable, aunque habría que preguntarse hasta que punto es un homenaje y no una solución estética más de entre la diversidad que muestra el metraje, el acercamiento en ciertos puntos de la narración al género estadounidense por excelencia; un western que se deja ver de forma temprana en ese casual desenfunde que Andy García hace de su arma en la escena del restaurante y que alcanza su paroxismo en la secuencia de éste y las motos, una escena fundamental en el devenir de la acción en la que quizás se abuse de la cámara lenta pero a la que es difícil cuestionarle su gran efectividad.
Abrazando pues de nuevo la faceta más esteta de su trabajo, Ridley Scott consigue con "Black Rain" huir de la mediocridad en la que había incursionado con su anterior producción, superando los muchos problemas de rodaje que se encontró por el camino casi todos relacionados con la dificultad de filmar en Japón y construyendo un filme de acción más que correcto que fue mejor apreciado en taquilla que el protagonizado por Tom Berenger y Mimi Rogers y que serviría de antesala al abrazo generalizado por parte de público y crítica que recibiría por su siguiente propuesta cinematográfica.
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Críticas a la carta | "Black Rain" de Ridley Scott
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La noticia Ridley Scott: Black Rain, violencia con estilo fue publicada originalmente en Blogdecine por Sergio Benítez.

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Es Noticia, Críticas a la carta | A quemarropa, de John Boorman - 23/02/2013 8:51:50

" La década de los sesenta fue, para el cine, una época de transición, de relevo generacional y de búsqueda de nuevas potencialidades narrativas y técnicas. En ese aspecto, "A quemarropa" ("Point Blank", John Boorman, 1967), es un film de su tiempo. El clima contestatario que se vivía en aquel momento en Estados Unidos, se extrapoló ,como no podía ser de otra manera, a la naturaleza de los nuevos films que aparecían. La crisis de los grandes estudios, el asentamiento de la televisión, así como la necesidad de evolución genérica, dieron una mayor libertad creativa tanto a directores como a guionistas. Al mismo tiempo, se hizo cada vez más palpable la influencia del cine europeo que, con sus marcados aires renovadores, se convirtió en un referente para toda la industria cinematográfica.
De este modo, una nueva generación de creadores fueron tentados desde Hollywood, que padecía de la rigidez de tiempos más gloriosos. El cambio necesitaba de todo el potencial de directores europeos como Peter Yates, Roman Polanski, Milos Forman, Karel Reisz o John Boorman. Ellos fueron algunos de los realizadores que desembarcaron en la meca del cine, en medio de un convulso panorama internacional.
Con la Guerra Fría como telón de fondo, la Guerra del Vietnam y la inminente desaparición de los preceptos de censura que habían imperado hasta el momento, la violencia se abrió paso en el cine a golpe de fotograma. De ello se nutre "A quemarropa", que muestra la agresividad de una nueva versión del sector criminal, con unos renovados personajes que recuerdan más a unos ejecutivos que velan por los intereses de sus corporaciones, en este caso, de la esquiva "organización".
El film noir, como vía expresiva y de estilización visual, fue uno de los géneros que experimentó una mayor transformación durante esta época. Si bien se considera, estrictamente, a "Sed de mal" ("Touch of Evil", Orson Welles, 1958) como la última película de cine negro, muchas de sus características esenciales fueron transformándose y adaptándose a una nueva estética y a una evidente tendencia iconoclasta por parte de los cineastas del momento. Este film de John Boorman, junto con "Bullit" ("Bullitt", Peter Yates, 1968) posteriormente o, de modo más evidente, "Código del hampa" ("The Killers", Don Siegel, 1964), son claros e ineludibles referentes de esta evolución. El neo-noir, que entronca también con el thriller, fue el término con el que se clasificaron estas películas y que sirvió para encumbrar un estilo que, periódicamente, vuelve a aplicarse.
Durante el rodaje en Inglaterra de "Doce del patíbulo" ("The Dirty Dozen", Robert Aldrich, 1967), Lee Marvin entró en contacto con John Boorman, entonces un director británico en ciernes. Éste había trabajado previamente para la BBC y había realizado la película "Catch Us If You Can" (id, John Boorman, 1965) al servicio del grupo pop The Dave Clark Five, en un intento de emular el éxito de "¡Qué noche la de aquel día!" ("A Hard Day"s Night", Richard Lester, 1964). Este realizador llegó a Hollywood, pues, con todo el poso de las vanguardias, auténtica revolución a nivel pictórico, musical y literario. En el cine era la francesa Nouvelle vague, la que encabezaba esta renovación. Su huella en "A quemarropa" es manifiesta, para un film que se observa, con el paso del tiempo, como un experimento o ejercicio estilístico, en el que la historia es justamente un vehículo y no una finalidad.
La cinta toma como base la novela The Hunter escrita por Donald E. Westlake, cuyo pseudónimo fue Richard Stark. Ésta fue la excusa para que Marvin y Boorman pudieran colaborar, algo que mutuamente deseaban y en lo que ambos pusieron mucho empeño. Su trama gira entorno a Walker, al que da vida Lee Marvin, un individuo que busca venganza después de ser traicionado por su entonces amigo y su mujer. La interpretación de Marvin en esta cinta, supone un acto total de deshumanización. Cuál autómata, ejecuta su particular vendetta desprovisto de expresión, como sucede también con el resto de personajes que representan los arquetipos más reconocibles del género del que toman forma. Destacan Angie Dickinson, con quien Marvin ya coincidió en "Código del hampa", así como John Vernon, Carroll O"Connor y Keenan Wynn, como sus principales antagonistas.
Un inicio delirante repleto de continuos y oníricos flashbacks, marca el desarrollo circular de una trama que empieza donde termina, en Alcatraz. Ésta fue la primera película que se rodó dicha prisión, después de su cierre definitivo como centro penitenciario en 1963. El ritmo del frenético montaje inicial, obra del veterano Henry Berman, va pausándose a medida que se manifiesta la futilidad de la venganza del protagonista. No en vano, el personaje de Lee Marvin es el que lleva a la muerte a aquéllos que persigue, pero en ningún caso, irónicamente, es él quien la consuma.
El sexo y el erotismo, por otro lado, también son representados con brusquedad y desapego. Existe un triángulo de relaciones, en más de un sentido. En estas escenas, el ritmo es entrecortado, interrumpido, frustrado. La pistola se convierte en una buscada analogía, como otra forma más de expresión de la violencia que impera en la película.
Los verdaderos personajes son el color y el sonido, en una cinta que persigue claramente el efectismo. El primero está presente no sólo en el entorno y en la iluminación, sino en el vestuario de los protagonistas, que parecen adaptarse a cada escenario, a cada situación. El desarrollo del argumento es también un desarrollo del cromatismo. Su valor sensorial aporta mucho más a la trama que los propios diálogos. Los verdes y los grises al principio, las tonalidades ocres más sensuales con la aparición de Angie Dickinson, pasando por el rojo del apartamento de Mal Reese ,interpretado por John Vernon, como preludio de la violencia que le sobreviene al personaje. Estas transiciones no sólo afectan al espacio sino también al propio Walker, que modifica su vestuario a medida que avanza su periplo.
El uso del sonido, concebido también como elemento transgresor y de ruptura con su utilización clásica, supone una alteración constante del ritmo de la película. El sonido ambiente es repetitivo, estridente y crispado, así como la actuación musical del film en la que el intérprete no canta, más bien chilla. La banda sonora fue obra de Johnny Mandel y es uno de los recursos más singulares de "A quemarropa". Todo ello confiere a la cinta una atmósfera de convulsión, de Fuente Artículo

Es Noticia, Críticas a la carta | Manhattan Sur de Michael Cimino - 09/10/2012 13:05:04

" Antes de empezar a hablar de "Manhattan Sur" ("Year of the Dragon, Michael Cimino, 1985) una advertencia sobre la edición de la misma en DVD en nuestro país: sencillamente lamentable. En cambio, la que podéis adquirir al otro lado del charco es simple y llanamente impecable, respetando el formato y adaptada a televisores 16:9 es realmente increíble que aún haya ediciones en DVD que no vengan adaptados para ese formato y con una muy buena calidad de imagen, no el estropicio de la edición española.
Michael Cimino es uno de los realizadores más interesantes del cine estadounidense, surgido a principios de los 70, cuando Clint Eastwood le dio la oportunidad para dirigir "Un botín de 500.000 dólares" ("Thunderbolt & Lightfoot", 1974), para cuatro años más tarde tocar la cima con el éxito obtenido a raíz de "El cazador" ("The Deer Hunter", 1978), ganadora de varios Oscars que supusieron toda una garantía para que Cimino se enfrentase al proyecto por el que siempre será recordado para bien o para mal. "La puerta del cielo" ("Heaven"s Gate", 1980) fue el mayor fracaso económico de la historia del cine, llevando a la bancarrota a la United Artist y condenando a su director al olvido durante cinco años. Hasta que un día Dino de Laurentiis productor extraño donde los hubiera, ya que lo mismo financiaba una superproducción como un film de lo más cutre contactó con Cimino para ofrecerle dirigir la adaptación de una novela policíaca de Robert Daley.
(Spoilers) Daley había trabajado con Sidney Lumet en la estimulante "El príncipe de la ciudad" ("Prince of the City", 1981) y volvería a trabajar con él en la menos acertada "La noche cae sobre Manhattan" ("Night Falls on Manhattan", 1996), relatos duros y amargos que abarcan a su manera el tema de la corrupción policial como contexto de historias más personales y específicas. En "Manhattan Sur" tenemos triadas chinas, policías corruptos, asesinos a sueldo, jefes pasotas, y un policía, Stanley White nombre heredado de uno de los verdaderos policías que trabajaron como consultores en la filmación de la película cansado de que todo esté controlado por la mafia y que la policía mire hacia otro lado en el barrio de Chinatown.
Para dicho personaje Cimino tuvo la espectacular idea de contratar a un actor que por aquel entonces se encontraba en la ascensión de su carrera y que hoy no necesita presentación de ningún tipo: Mickey Rourke. White es probablemente, a juicio de quien esto firma, la mejor interpretación de toda la carrera de Rourke, antes de ir de estrella chulesca y egocéntrica y echar su trabajo a perder actualmente parece recuperado, con una serie de matices que apartan a White de la típica imagen del policía protagonista de tantos films, y entrando por derecho propio en la galería de los más recordados a la altura de los más grandes. Así, sin más. Resulta muy gratificante observar, 27 años después, como la interpretación de Rourke no ha perdido ni un ápice de su fuerza, al contrario.
Stanley White, policía racista hasta la médula, vehemente en sus discursos impresionante el que le da a sus hombres en formación delante de él, enemigo de la desidia a la que los representantes de las leyes están acostumbrados por vagancia pura y dura, inconformista e incluso aprovechado. Y con todo eso, absolutamente arrollador en su carisma, el cual traspasa completamente la pantalla logrando llamar nuestra atención, casi obligándonos a que nos caiga bien inmenso el instante que llora delante de Tracy (Ariane). Pero el personaje de Rourke no cae bien sólo por su magistral interpretación, también por lo bien escrito que está, algo que hay que atribuir al propio Cimino y a Oliver Stone, coautor del guión, quien ya había escrito el film de Lumet mencionado, y al que le faltaban sólo un año para ser encumbrado por cierta película sobre Vietnam.
Su personaje se enfrenta directamente con el interpretado por John Lone, Joey Tie, algo así como la otra cara de la moneda de White, un hombre que hará lo que sea por salirse con la suya y luchar por aquello en lo que cree. Uno dentro de la ley, con reservas, y el otro completamente fuera de ella, antagonistas en un mundo en el que no es fácil vivir y sólo el más fuerte o influyente sale a flote. Cimino va encarando poco a poco y con un marcado crescendo dramático a los dos personajes hasta llegar a un clímax antológico, un duelo nocturno que parece salido de un western en el que dos personajes rabiosos gritan y corren el uno hacia el otro mientras descargan sus pistolas intentando matarse. Una poderosa secuencia que es la guinda perfecta a un trabajo de puesta en escena soberbio.
Michael Cimino en estado de gracia absoluto ayudado por el entonces muy prometedor director de fotografía Alex Thomson, con un sentido de la épica rara vez visto en el mal llamado cine moderno, cuidando hasta el último detalle de todo cuanto sale en pantalla. Cabe citar al respecto todas esas secuencias llenas de gente, ya sea en una comisaría, en las calles de Chinatwon o en Tailandia. Pero los planos de Cimino no resultan ampulosos, no cargan ni están sobrecargados, para ello hace mover a los actores por el set con una cámara que haría las delicias de Michael Mann, siempre pegada al cogote de los actores en determinados momentos. Todo está en su sitio, nada falta o sobra, la vida que respiran los personajes de "Mahattan Sur" huele a verdad por los cuatro costados, y sólo queda algo desdibujada en ese extraño epílogo que concluye con un plano congelado del rostro de White.
Violenta, salvaje, visceral, sin concesiones, "Manhattan Sur" emerge como uno de los mejores títulos de una década tan confusa artísticamente como los ochenta, y a veces me da la impresión de que no se ha tratado con justicia un título que para un servidor supone una de las cumbres del thriller. Una lección de narración cinematográfica en el sentido literal de la expresión, con una banda sonora de David Mansfield que se mueve entre lo lírico y lo épico. Como la película.
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Consulte Información en Farandula: Las mejores películas de parodias y Manhattan Sur de Michael Cimino
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